POR UNA FILOSOFÍA DE LA DIFERENCIA. En contra del Uno, en defensa del Otro el febrero 21, 2023

la filosofía de la diferencia se erige como una resistencia frente a las corrientes totalizantes de la modernidad, defendiendo la diversidad y el disenso.

Víctor Valdivieso

2/21/20239 min read

Víctor Valdivieso

¿Quién es el enemigo [de estas filosofías de la diferencia]? Las filosofías del estado, las que dan crédito a la unidad, la identidad; las que pueden ser absorbidas bajo menciones tan generales como «metafísica occidental», las que apuntan a hacer fracasar la diferencia y la diseminación en provecho de los sistemas. Allí son ubicadas, con el fin de rechazarlas, no solamente las filosofías reducidas a sus formas más simples, como las fenomenologías, sino igualmente las filosofías de las que se sospecha que sirvan de garante a un orden establecido bajo la figura de un legislador del Estado. Por la vía del sentido, del ser, del estado o de la dialéctica, éstas atribuirían a la filosofía el rol de subordinar todo lo aleatorio a la identidad, redoblada por mecanismos de monopolización sociopolíticos. Se puede decir así: estas filosofías pretenden unificar lo que buscan someter. Violentan lo heterogéneo al punto de imponer por todos lados el nombre de lo uno.

Christian Ruby

                                Le double secret, René Magritte

A modo de introducción

Muchas personas coinciden en que es difícil encontrar consensos o acuerdos plenos acerca de qué es la filosofía. Incluso si interrogamos a los propios filósofos, el único acuerdo al que pueden llegar es que no hay acuerdo. Parece, más bien, que existen distintas consideraciones y definiciones sobre ella. En todo caso, este desacuerdo o disentimiento, lejos de ser una adversidad, parece favorecer o enriquecer aquel universo que abarca la palabra filosofía.

No significa que la variedad nos obligue a transitar por un camino relativista o de indefinición. En lugar de eso, quizá nos conduce a tomar posición –aunque sea provisional, para no asumirnos dogmáticos– por una de las múltiples definiciones o conceptualizaciones sobre la filosofía.

En ese sentido, aquí y ahora, quisiera inclinarme hacia la definición que nos proporcionaron los maestros Gilles Deleuze y Felix Guattari (2015). Ellos definieron a la filosofía como “(…) el arte de formar, de inventar y de fabricar conceptos” (p. 8). Esta, aunque concreta, es una definición que debe ser complementada, pues si hablamos de conceptos estos exigen determinarse –aterrizarse- en un contexto. Es decir, los conceptos demandan: “(…) un momento, una ocasión, unas circunstancias, unos paisajes y unas personalidades, unas condiciones y unas incógnitas del planteamiento” (Ídem). Además de eso, los conceptos requieren personajes que contribuyan a definirlos claramente. Por eso es por lo que personajes como el de “amigo” o el de “enemigo” o “rival” vienen a ser importantes a la hora de definir –conceptualizar- a la misma filosofía como aquella disciplina que se ocupa de crear conceptos.

Evocando a los antiguos griegos, nos recuerdan Deleuze y Guattari (2015) que la palabra “amigo” tiene una relación medular con la filosofía. Filósofo no es el sabio, como aquel que posee el saber formalmente, sino el amigo –o el amante- del saber. O sea, aquel que modestamente busca el saber. Así las cosas, el amigo establece una cierta relación íntima con su objeto, así como el carpintero lo hace con la madera. El amigo “(…) ya no está vinculado con otro, sino relacionado con una Entidad, una Objetividad, una Esencia” (p. 9). Esta entidad, objetividad o esencia vendría a ser, justamente, el saber, lo verdadero del concepto. Por esa razón, el filósofo sería el amigo “(…) especialista en conceptos” (Ídem). En tanto especialista, sabría cuáles conceptos hay que mantener, cuáles no y por qué. Dar cuenta de esto sería también una tarea de acogimiento hacia el objeto amado y distanciamiento o desconfianza contra aquello que lo rivaliza. En consecuencia, el mismo ejercicio originario de lo filosófico permitió:

[…] haber formado sociedades de amigos o de iguales, pero también haber instaurado entre ellas y en cada una de ellas unas relaciones de rivalidad, oponiendo a unos pretendientes en todos los ámbitos, en el amor, los juegos, los tribunales, las magistraturas, la política, y hasta en el pensamiento, que no sólo encontrará su condición en el amigo, sino en el pretendiente y en el rival (Deleuze y Guattari, 2015, p. 10).

Hay “rival” siempre que alguien emprende una actividad. No es una oposición que se crea en clave de envidia, sino en virtud de competencia por atesorar el objeto amado. Los autores nos presentan el ejemplo del ebanista para ilustrar esta relación agonística. En este caso, cuando el ebanista procura la madera, encuentra en el guardabosque, en el leñador o en el carpintero sus rivales. El agón se produce cuando cada uno se reclama como el verdadero –y único- amigo de la madera.

Si esto es así, ¿quién es el enemigo del filósofo?, ¿quién o quiénes reclaman para sí ser los amigos del concepto?, ¿acaso los sofistas, los científicos, los curas, los políticos, los epistemólogos o los psicoanalistas? Quizá sean todos ellos, pero es probable que el filósofo tengo rivales específicos para cada fase o para cada momento histórico. Por lo tanto, para Deleuze y Guattari (2015) el rival actual del filósofo es el mercadólogo. La mercadotecnia está al otro lado de la trinchera.

¿Filosofía de la diferencia?

Esta bella metáfora combativa, que acompaña a la disciplina filosófica, ilustra muy bien el espíritu del epígrafe cuando se refiere particularmente a la filosofía de la diferencia. Si seguimos a Ruby (1989), la filosofía de la diferencia sería el rival, el enemigo, de todas las corrientes filosóficas de la metafísica occidental que, por mor del Sujeto (quizá blanco, macho, burgués y europeo), de la unidad, de la identidad, del orden, han echado por tierra la diferencia. Han negado y ocultado a la otredad.

Pero ¿cómo entender este conflicto entre la filosofía de la diferencia y las corrientes filosóficas de la metafísica occidental? En primer lugar, como una invitación a aceptar –gozar- el disenso y el conflicto. Esto lo digo porque en la actualidad se ha elevado a vicio tener contradictores. Aquel ser que polemiza defendiendo sus puntos de vista se le gradúa como un dogmático que atenta contra la sacrosanta tolerancia democrática. De hecho, para evitar la “polarización”, se exige –especialmente a nivel político- cierta homogeneidad o “tibieza”. En nombre de la unidad y el consenso se persigue el disenso y la oposición. Por lo tanto, antes que nada, es necesario saludar el disenso y el conflicto. Se trata de ver al conflicto y a la oposición, a la rivalidad y a la enemistad, como lo más necesario y saludable en las relaciones humanas.

En segundo lugar, apuntando más hacia la rivalidad particular entre la filosofía de la diferencia y esas metafísicas occidentales, entiendo este conflicto no solo como necesario y saludable sino también como justo. Justo en el sentido de que solo luchando contra esta tradición infame del pensamiento que sostiene al statu quo es que se puede redimir al subalterno, al excluido, al explotado, al oprimido. Solo oponiéndonos –en clave de enemistad o guerra- a las filosofías de la mismidad, podemos permitir que florezcan la alteridad y la diferencia.

Ahora bien, en sentido estricto, ¿qué es la filosofía de la diferencia? Podríamos caracterizarla no como una escuela, sino como una constelación de pensadores franceses que, a finales del siglo XX, compartían preocupaciones. Verbigracia, el problema de la identidad, de la diferencia. El problema de cómo ser otro si siempre la otredad está encerrada, borrada o relegada, ninguneada, por una mismidad totalizante.

Los filósofos de la diferencia son pensadores que comparten “(…) un cierto aire de familia que los acerca” (Muñoz, 2013, p. 19). Aunque con temáticas propias, todos ellos coinciden en la crítica a la modernidad, entendida esta como: “Un capítulo del pensamiento occidental, cronológicamente incierto, pero intelectualmente innegable, durante el cual el sistema clásico de representación del sujeto entró en crisis” (Braidotti, 2004, p. 17). Su crisis obedeció, justamente, a la impugnación que recibió desde distintas orillas. En ese sentido, como decía Alain Badiou (2013), en esta filosofía está presente el problema del sujeto. Es decir, los filósofos de la diferencia desatan “(…) una batalla conceptual alrededor de la noción de sujeto, que a menudo adquiere forma de controversia referida a la herencia cartesiana” (p. 14). El sujeto en el sentido de pensar quién o qué es un sujeto humano. Cabe decir que al sujeto se le pregunta respecto de su vida y respecto de su subjetividad. Pero sobre todo para saber quién adquiere ese estatuto y quién no. Es preciso recordar que a lo largo de la historia quien no ha estado dentro de la consideración de ser sujeto, bien sea por condiciones de raza, sexo, género, clase, etnia o por razones de origen territorial, ha sido objeto de exclusión, discriminación y violencia. Los no-sujetos son susceptibles de ser eliminados.

Hay otras herencias intelectuales que influyen en estos pensadores de la diferencia, que el mismo autor reseña. Por ejemplo, está presente la herencia alemana.

Hubo momentos absolutamente fundamentales de esta discusión, por ejemplo, el seminario de Kojéve sobre Hegel, al que Lacan asistió y que dejó su impronta en Lévi-Strauss. También estuvo el descubrimiento de la fenomenología por parte de los jóvenes filósofos franceses de los años treinta y cuarenta. Sartre, por ejemplo, modificó por completo su perspectiva cuando, durante una estancia en Berlín, leyó directamente del original las obras de Husserl y Heidegger. Derrida es, primeramente y, ante todo, un intérprete absolutamente original del pensamiento alemán. Y además está Nietzsche, filósofo fundamental tanto para Foucault como para Deleuze. Personas tan diferentes como Lyotard, Lardreau, Deleuze o Lacan escribieron todos ellos ensayos sobre Kant. Podemos decir entonces que los franceses fueron a buscar algo a Alemania y abrevaron en el vasto corpus que va de Kant a Heidegger (Badiou, 2013, p. 15).

Pero ¿qué buscaron o extrajeron de Alemania estos pensadores? Según el mismo autor, buscaron la relación entre la existencia y el sujeto. De allí extrajeron ideas importantes como las de “(…) deconstrucción, existencialismo, hermenéutica” (Ídem). Todas estas ideas se tejían en función de modificar –quizá descentrar- la relación entre el concepto y la existencia. No olvidemos que para la filosofía de la diferencia no hay como una especie de esencia previa que defina o determine nuestro modo de ser en el mundo, sino más bien que nuestra realidad concreta, material e histórica –abierta a la multiplicidad y al acontecimiento- nos constituye. De esta manera, con la filosofía de la diferencia, se genera una suerte de ontología crítica de nosotros mismos.

Hay otros hitos que fortalecieron ese aire de familia en la filosofía de la diferencia. Por ejemplo, algunos vieron en la ciencia una relación fecunda para el pensamiento. Según Badiou (2013) algunos filósofos como Deleuze: “(…) quisieron encontrar en la ciencia modelos de invención, de transformación, para finalmente inscribirla, no en la revelación de los fenómenos y en su organización, sino como un ejemplo de actividad intelectual y de actividad creadora comparable a la artística” (p.16).

En la influencia intelectual de estos pensadores de la diferencia resuenan también ecos provenientes del auge y declive del llamado estructuralismo, aquella filosofía que por los años sesenta del siglo XX, se configuró como el último grito de la moda intelectual francesa. Es más:

[…] el hecho de que antes de imponerse el apelativo de «filosofía de la diferencia» fuera más habitual referirse a este grupo de autores como «postestructuralistas», deja ver en qué medida el estructuralismo constituía el telón de fondo en prolongación y en reacción al cual se levantaron estos nuevos proyectos filosóficos” (Muñoz, 2013, p. 21).

Por otro lado, es indudable que el contexto político de la época influyó en la elaboración filosófica de estos pensadores. Como lo recuerda la filósofa Diana Muñoz (2013), se pueden constituir:

Fenómenos como la pérdida de valor del ideal de progreso, unida a la herida todavía dolorosa de la Segunda Guerra, así como el malestar generado por las tensiones constantes de la Guerra Fría y el descrédito creciente de las ideologías políticas de izquierda, sin mencionar los profundos cambios económicos, políticos y sociales que, en cierto modo, tuvieron su clímax en el célebre Mayo del 68, como detonantes igualmente poderosos de nuevas búsquedas de sentido al margen de la tradición filosófica (p. 23).

Es decir, hubo una realidad histórica que impactó profundamente a estos pensadores. Es esta una filosofía comprometida con la cuestión política o, como dirían ciertos marxismos, con el análisis concreto de la realidad concreta. Es, si se me permite el término, una filosofía militante. Evocando la herencia nietzscheana, es una filosofía rebelde que desafió o interpeló:

[…] los medios de comprensión ofrecidos por la tradición filosófica, en particular, el recurso a las categorías de universalidad, identidad, totalidad, autoridad, etc., categorías que comenzaron a ser vistas, precisamente, como estando a la raíz de tantas violencias y desmanes ocurridos en la historia occidental” (Ídem).

En resumen, es por todo esto que la filosofía de la diferencia puede estar constituida por un espíritu de oposición, de rivalidad y lucha. Por lo mismo y tanto, como se ha descrito, hay razones suficientes para reafirmar con Ruby (1989) que la filosofía de la diferencia es una barricada, una “primera línea”, un destacamento enemigo de aquellos esquemas de pensamiento totalizantes y violentos. Es una filosofía que se levanta en contra del Uno -sujeto hegemónico- para defender el Otro, lo múltiple y la diferencia. Su consigna consiste en que otros rostros, miradas, historias, contextos, lenguajes, territorios, razas, géneros se dignifiquen y solo esto ocurrirá cuando se derroque la tiranía del Uno. Con otras palabras, como decía un cantor, por defender y vivir la diferencia hay que quemar el cielo si es preciso.

Referencias

Badiou, A. (2013). La aventura de la filosofía francesa. A partir de 1960. Buenos Aires: Eterna cadencia.

Braidotti, R. (2004). Feminismo, diferencia sexual y subjetividad nómade. Barcelona: Gedisa.

Gilles Deleuze, F. G. (2015). ¿Qué es la filosofía? Barcelona: Anagrama.

Muñoz, D. (2013). Nietzsche y los filósofos de la diferencia. Franciscanum. N. 159. , 17-56.