
El principio estratégico de la lucha de clases
Sergio De Zubiría Samper
7/2/20254 min read
Acápite: “El principio estratégico de la lucha de clases”
El acápite “El principio de la lucha de clases” hace parte del capítulo IV del libro y está compuesto por trece (13) párrafos. Lazzarato pretende evidenciar las diferencias y tensiones entre la tradición revolucionaria (Lenin, Trotsky, Mao, Ho Chi Minh, Giap, etc.) y los planteamientos de Foucault.
Los dos primeros párrafos postulan cómo la tradición revolucionaria comprende el papel de la facultad de la “voluntad” y la dimensión de la “estrategia”. Siempre interpretan los “acontecimientos históricos y las acciones humanas” como un asunto de “estrategia militar” orientada por la voluntad humana. Para ellos, “lo real” no es una “simple pugna genérica de fuerzas”, como para Deleuze-Guattari, ni una relación entre gobernantes y gobernados (Foucault), sino la lucha entre clases históricas, de la que se derivan la política y las guerras reales. Esa estrategia como método les permitió leer adecuadamente la realidad y orientarse en las tormentosas “guerras civiles”. Foucault, en cambio, desvaloriza el papel de la voluntad e ignora o subestima la estrategia.
Los párrafos 3, 4 y 5 sistematizan las críticas de Foucault al marxismo y a la tradición revolucionaria. Son principalmente tres: (a) Haber producido, cuando existe, “un conocimiento estratégico aproximado” (p. 89); utilizan la estrategia de manera coyuntural y aproximativa; (b) Interpretar las relaciones de fuerza a partir del principio de lucha de clases, atado a la dialéctica de la contradicción; (c) Privilegiar un punto de vista sociologista (la clase), en lugar de priorizar la mirada estratégica centrada en la “lucha”. La primera crítica apunta a Lenin, especialmente a su teoría del “eslabón más débil”, que, para Foucault, constituye un planteamiento “muy elemental” (p. 89). La segunda crítica se dirige contra el “marxismo” en general, al no clarificar qué entiende expresamente por “lucha”; no profundiza en los rasgos y la naturaleza de la “lucha”. El tercer ataque alude al “marxismo” y evoca la reducción a una “sociología de la clase” que no enfrenta los métodos concretos de la lucha; no dilucida el “quién”, el “con qué” y el “cómo” de las luchas.
Del párrafo 6 al 9, el autor responde argumentativamente a las tres críticas anteriores a la tradición revolucionaria. Contrariamente a lo que “cree” Foucault, la larga tradición revolucionaria siempre problematiza los problemas de la táctica y la estrategia, elabora una definición precisa de los tipos de guerras (conquista, colonial, civil, de liberación, nacional, imperialista) y también realiza caracterizaciones concretas de la “lucha” (por ejemplo, la “huelga” es considerada una “escuela de guerra”). La defensa de Lenin la realiza él mismo como intelectual revolucionario. Realiza una profunda inmersión en la obra de Clausewitz, De la Guerra (1832), y fruto de estas reflexiones publica su texto El socialismo y la guerra (1915), donde elogia la sentencia del prusiano: “La guerra es la prolongación de la política por otros medios”. Estudia paralelamente, en los inicios de la Primera Guerra Mundial, las obras de Hegel y Clausewitz. El jurista reaccionario alemán Carl Schmitt reconoce la importancia de la interpretación que hace Lenin de Clausewitz y, citando a Hahlweg, sostiene: “La originalidad de Lenin es haber continuado a Clausewitz, haberlo hecho pasar de la etapa de la revolución (burguesa, en sus inicios) de 1789 a la revolución proletaria de 1917 y haber reconocido que la guerra, que de estatal y nacional se convirtió en guerra de clases, ha tomado el lugar de la crisis en Marx y Engels” (p. 91). Lazzarato cita a Schmitt (declarado enemigo de la revolución), porque este captó el “peligro político” que los revolucionarios del siglo XX, entre ellos Lenin, representaban para su clase social. De cierta forma, tuvo una larga confrontación y fascinación por la inteligencia política, organizativa y estratégica de los revolucionarios.
Sería también una ceguera histórica y analítica no reconocer la innovación estratégica de las revoluciones china y vietnamita. El propio Schmitt denomina a Mao el “nuevo Clausewitz” por sus teorías de la “guerra popular prolongada” y el “oficial del Estado Mayor prusiano”. Lenin, Mao y el general Giap reactualizan estratégicamente la obra de Clausewitz. “Mao organizará seminarios entre 1938 y 1939 a partir de la obra de Clausewitz. Lo mismo hará el general Giap durante la batalla de Hanoi” (p. 91).
Los párrafos 10 a 13 exponen el principio estratégico de la lucha de clases. Con este principio estratégico, los revolucionarios corrigen y completan a Clausewitz en aspectos centrales. En primer lugar, la hostilidad entre los Estados es “relativa”, porque incluso luchando entre sí, están del mismo lado de la barricada cuando se trata de enfrentar a la clase proletaria; todos los Estados modernos son una “máquina de guerra” contra el proletariado. En segundo lugar, la guerra analizada por Clausewitz es una “guerra limitada” entre Estados en condiciones napoleónicas; en cambio, las guerras analizadas por los revolucionarios son la “guerra imperialista” y la “guerra partisana”, donde la hostilidad remite a la revolución proletaria. En tercer lugar, Foucault no logra comprender la radicalidad de las relaciones entre guerra y revolución porque sus referentes son las guerras del siglo XIX, no las revoluciones del siglo XX. Cuarto, la política de la lucha de clases que irrumpe con la Revolución Francesa y, sobre todo, con la Revolución Soviética, modifica la función y legitimidad del Estado moderno: lo convierte en “máquina de guerra” más allá de la guerra convencional entre Estados y reconoce que esta continúa. Además, esta economía y esta política que originan la guerra entre los Estados son la “continuación de la guerra de conquista que produjo las clases y distribuyó la propiedad entre los vencedores” (p. 92). El principio estratégico de la lucha de clases “politiza” la guerra al convertir la “guerra imperialista” en “guerra civil mundial” (fenómeno que comprendió muy bien Lenin y la tradición revolucionaria). El propio Schmitt, consciente de esta situación, modifica su concepto de lo “político”, incluyendo nuevos sujetos como las clases, las razas, la clase obrera y los pueblos colonizados, para no limitar lo “político” a la simple esfera de lo “estatal”.
Todo lo anterior nos evidencia que los revolucionarios se apropian del “principio estratégico” y lo enriquecen, pero la “acción humana” que debe(n) explicar es la lucha de clases” (p. 93).


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